Fecha: 15/05/2025
¿Podemos dejar atrás aquellos tiempos en que la familia protegía su principal fuente de ingresos podando el árbol sucesorio, encomendando al hijo mayor varón la integridad y el cuidado del negocio familiar? En buena parte, sí. De hecho, el número de negocios familiares donde conviven dos, tres e incluso más hermanos -en la gestión o en la propiedad- está creciendo. En estos momentos, podría situarse por encima del cincuenta por ciento del universo de empresas familiares.
Pero la estadística también nos descubre que muchas de estas empresas de hermanos desaparecen, algunas por la propia obsolescencia del negocio o por razones estrictamente de mercado, y otras, fruto de la incapacidad de los hermanos en ponerse de acuerdo a la hora de conducirlas. Un tercer grupo lo formarían aquellas en las que se juntan las dos circunstancias.
Que desaparezca una empresa agotada no debería ser una mala noticia si abre el camino a nuevas oportunidades y hace nacer, directa o indirectamente, otras iniciativas emprendedoras. Lo que acontece realmente dramático para la familia empresaria es la lesión emocional entre los propios hermanos. A veces, esta lesión provoca la ruptura de la relación entre ellos. Esto nunca es gratuito dentro de una familia.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Qué haríamos diferente? ¿La empresa no ha ido bien porque no hemos sabido relacionarnos adecuadamente, o ha sido al revés? ¿Estábamos suficientemente preparados para lo que nos venía encima? Son cuestiones estériles llegados a este punto; El mal ya no se puede reparar. No estoy hablando de negocios solamente, claro. Pero, ¿y si …?
Una relación saludable entre hermanos empezaría de pequeños, con los padres fomentando comportamientos de cooperación, enseñando a tomar decisiones compartidas, favoreciendo una comunicación abierta y respetuosa, y no sobreprotegiendo a los hijos mientras crecen. Si no es así, será difícil afrontar con éxito un proyecto empresarial compartido.
Ya en la empresa, no deberíamos menospreciar algunos escollos emocionales propios del tránsito entre la primera y la segunda generación. Éstos, trabajan más desde el subconsciente, son más difíciles de detectar y, por tanto, de afrontarse. A menudo se esconden tras síntomas confusos y contradictorios.
El primer escollo nace del carácter emprendedor y autónomo del padre-fundador. Será tarea de los hermanos filtrar su esencia e inspirarse en ella, pero también saber romper con aquello que les limita como un equipo con alma propia.
Otro aspecto singular de esta nueva situación es la interacción de varios elementos dentro de la familia empresaria. Además de los hermanos, ya hemos hablado del padre-fundador y de algunas inercias hacia su empresa. La madre también podría estar desarrollando una cierta actitud protectora de la familia ante posibles conflictos. Además, la aparición, por primera vez, de las parejas de los hermanos, puede afectar la estabilidad de la propia constelación familiar.
Todo esto hace que esta etapa sea especialmente intensa y volátil, no sólo para los hermanos. No obviamos el papel de los trabajadores no-familiares, leales a la historia y temerosos de nuevos aires. También será delicada para los clientes y proveedores de siempre, que pueden verse amenazados o excluidos en una nueva estrategia de crecimiento y / o de diversificación.
Todo ello puede llevar a los hermanos a comportarse con una cierta autocomplacencia; Quizás con victimismo ante la situación. Incluso, con un cierto inmovilismo esperando del padre predecesor «permiso para actuar».
Es necesario que los hermanos tomen la iniciativa en el proceso de sucesión, y lo hagan como un verdadero equipo, demostrando su capacidad para trabajar juntos, entenderse y transmitir un mensaje de unidad de acción y voz.
Será necesario también que desarrollen un código de conducta que les ayude a decidir, a comunicarse entre ellos, a tratar el conflicto y compartir la información. Y se necesitará un entorno adecuado para poner en funcionamiento las estructuras para un crecimiento estable de la empresa ajustado a las nuevas necesidades de una familia más grande y más compleja.
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