Cuando se debate sobre la trascendencia de la empresa familiar es habitual que surja en la conversación -o aparezca en la mente- lo de “el abuelo la crea, el padre la hace crecer y muere con el nieto”. Hay que reconocer que, en este caso, la estadística eleva a verdad esta sentencia popular: Menos de un quince por ciento de las empresas familiares creadas sobreviven al viaje de la primera a la tercera generación. 

Más allá de la frustración que me provoca cada vez que lo escucho, quiero poner en evidencia también algunos aspectos que quizás iluminen y hagan ver el escenario de una manera más positiva. 

En primer lugar, las empresas familiares están expuestas a las mismas turbulencias, requerimientos y exigencias de los mercados como lo están las Empresas No Familiares. Por lo tanto, el índice de mortalidad -o de supervivencia; el lenguaje nunca es gratuito- es muy similar en unas y las otras. 

En segundo lugar, el mayor compromiso de la propiedad con la empresa familiar lo aleja de movimientos de capitales en clave especulativa y hace que sean comunes modelos de negocio más longevos que en las Empresas No Familiares.

En tercer lugar, a pesar de que sobrevivan un limitado número de empresas familiares, por cada una que desaparece -en segunda, tercera o cuarta generación- sorprendentemente aparecen dos, tres o cuatro de nuevas. Es en este momento donde el fenómeno del emprendimiento transgeneracional toma relevancia en el contexto de la familia empresaria.

El emprendimiento que se transmite de generación en generación es un concepto extremadamente potente, empoderador y trascendente que, más que separar, si lo utilizamos con sabiduría, puede darnos las claves para convertirnos en una verdadera familia emprendedora.